🥾❄️ El Espolón de Oro: Un ascenso en manos de Dios.
- Aventuras Maximo
- 28 jul
- 4 Min. de lectura
Actualizado: 30 jul
Escrito por: Aventuras al Máximo
La aventura comienza
Esta es mi historia de mi ascenso al Espolón de Oro, que durante mucho tiempo no conté por que han sido una de las travesías mas duras. Pero esta vez, comprendí algo más profundo: en esa montaña no estaba solo. Dios caminaba conmigo, guiando cada paso.

Camino al Refugio de Piedra
Era un 23 de junio. Íbamos rumbo al Pico de Orizaba, con la ilusión de alcanzar la cumbre. Éramos un pequeño grupo de amigos, y más tarde nos reuniríamos con un equipo de montañistas en el Refugio de Piedra.
Hicimos una primera parada en un pueblo de Puebla. Allí desayunamos y repasamos el plan de ascenso. Luego partimos hacia el punto donde un conductor nos esperaba con camionetas 4x4 para llevarnos hasta el refugio.
Al llegar, el lugar estaba lleno de gente. Tomamos nuestros espacios, comimos algo y descansamos. Más tarde se unió el resto del grupo. Entre ellos venían mi madre, mi hermana, varios amigos, familias y personas que me conocían por redes sociales.
Tras instalarse en el refugio y armar algunas tiendas de campaña, se convocó a una junta informativa. Se compartieron consejos técnicos, recomendaciones sobre el ascenso y se designaron los guías que llevarían a los equipos hacia la cumbre.

El llamado del Espolón de Oro
No quería solo intentar la cumbre principal del Pico de Orizaba. También soñaba con conquistar el Espolón de Oro, una formación imponente a 5,100 msnm, considerada una de las 20 cumbres más altas de México. Mi meta era subir ambas en un solo día.
Compartí la idea con varios compañeros, pero nadie aceptó. Todos estaban enfocados en la cumbre principal. Entonces me acerqué a una amiga y le propuse el plan. Aceptó con determinación. Nos organizamos… pero al caer la tarde, el cielo se cubrió de nubes y comenzó a llover.
La visibilidad se volvió casi nula, así que decidimos descansar. Ella en su tienda, yo dentro del refugio. Esperábamos que el clima diera tregua.

Un ascenso en medio de la tormenta
A las 2 de la mañana salí a revisar el cielo. La lluvia persistía. Fui a buscar a mi compañera y decidimos esperar una hora más. A las 3:00 a.m., el cielo se había calmado un poco. Oré en silencio, encomendando nuestro camino a Dios. Y con esa confianza, emprendimos el ascenso.
La neblina era espesa y la lluvia no había cesado del todo. Cada paso estaba cargado de incertidumbre. Al llegar a la zona conocida como los Laberintos, el terreno estaba cubierto de nieve y el hielo dificultaba cada movimiento. Aun así, seguimos adelante hasta alcanzar la base del glaciar Jamapa.
Allí comenzaba el camino hacia el Espolón de Oro. Pero pronto, el clima empeoró. La nieve comenzó a caer con intensidad y el viento se volvió cortante. Estábamos completamente desorientados, rodeados de un blanco infinito. No podía ver, no podía ubicarme. Sentía un frío profundo y una fatiga abrumadora… pero dentro de mí, algo me decía que no debía rendirme. Sabía que Dios estaba conmigo.
El milagro de la cumbre
Poco a poco, reencontramos la ruta. Cada paso era una lucha contra la nieve, el viento y el agotamiento. En un descanso, detrás de una pequeña loma, logramos divisar la cumbre entre la niebla.
Con el cuerpo entumecido, el rostro helado y el corazón encendido de fe, alcanzamos la cima del Espolón de Oro alrededor de las 7:00 de la mañana.
En ese instante, recordé aquellas palabras de Jesús: “¿Por qué teméis, hombres de poca fe?”
No era nuestra fuerza la que nos había llevado hasta allí, sino Su gracia.
El regreso
El clima no daba señales de mejora, así que tomamos la sabia decisión de no continuar hacia la cumbre del Pico de Orizaba. Comenzamos el descenso. Al llegar de nuevo al glaciar Jamapa, la nevada disminuyó, pero el frío se intensificó.
Me di cuenta de que estaba completamente congelado por fuera. El riesgo de hipotermia era real. Mi compañera tomó el mando y comenzó a guiarme hacia abajo. En el Laberinto nos cruzamos con otros montañistas del equipo. Todos regresaban. La montaña no les había permitido subir. “El clima no nos dejó”, decían.
Seguimos bajando. Al llegar al canal, el dolor en mis manos era insoportable. Me quité los guantes y vi mis dedos morados, casi sin circulación. Aceleré el paso. Ya cerca del final, me encontré con mi madre y mi hermana. Bajé con ellas, apoyado en su compañía, hasta el refugio.
El sol, al fin, comenzó a salir. Y con su luz, también llegó el calor a mi cuerpo.
Reflexión final
Al llegar abajo, nos confirmaron lo que ya intuíamos: ningún grupo alcanzó la cumbre del Pico de Orizaba ese día.
Solo nosotros logramos la del Espolón de Oro. Atravesamos la tormenta, el viento, el hielo… y llegamos.
No logré conquistar ambas cumbres como había planeado, pero regresé con un regalo mayor: la certeza de que Dios fue mi guía, mi fuerza, y mi refugio. Me permitió llegar hasta donde era seguro, hasta donde Él quiso.
Porque hay momentos donde no se trata de alcanzar lo más alto, sino de confiar en que la cumbre verdadera está en seguir caminando cuando todo parece perdido.
Y allí, en medio de la nieve, entendí que a veces la fe no mueve montañas… simplemente te sostiene cuando estás sobre ellas.

Escrito por: Aventuras al Máximo. 2025
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